Bobby Fischer, en México
Se ha escrito mucho sobre su personalidad, pero en esta ocasión puedo extenderme sobre algunas anécdotas inéditas al ser testigo presencial.
A fines de 1982 hasta principios de 1984 estuvo hospedado en el Hotel Monte Taxco invitado por el dueño, un gran aficionado del ajedrez. A Fischer le gustaban las conversaciones, pero siempre se retiraba alrededor de las 10 de la noche y salía de su estancia pasado el mediodía. Después de un tiempo, intrigados, le preguntaron por qué dormía toda la mañana cuando se acostaba tan temprano. ¡Es que pasaba todas las noches estudiando ajedrez hasta la madrugada!
Manifestaba su antisemitismo
Ya en esa época estaba claro: era un genio con la sensibilidad de un adolescente. No se le puede juzgar por sus delirios de persecución porque no era responsable de sus actos. Eran síntomas que además se le agudizaron con los años. Por ejemplo, en Budapest en los 90’s, se encontraba con las campeonas de ajedrez, las hermanas Polgar y Fischer manifestaba de modo constante su antisemitismo, postura por demás curiosa porque él mismo lo era, de ambos padres. Un día, el papá Polgar le dijo: “¿Oye Bobby, tú sabes que nosotros somos judíos, verdad”? No, contestó Fischer, ustedes no son judíos. Yo me refiero a aquellos otros que andan por allí”.
En los 80’s nos encontrábamos en Ixtapan de la Sal y sacamos a relucir el final donde Carlos Torre logró las tablas en un final inferior contra Capablanca. En el momento decisivo del juego, Fischer tomó la cabeza entre sus manos, se quedó meditando acaso un minuto y nos dio la solución para alcanzar el empate.
Nunca completó su desarrollo emocional
Un día quiso ir al centro del pueblo y como nadie se apuntaba, aproveché la oportunidad única para departir con él en persona. Quizá no fuera esta la mejor idea porque estábamos sentados en una banca cuando pasó una chica con uniforme de secundaria. “Mira que guapa”, me dijo Fischer. Como observó que no presté demasiada atención, insistió: “No, mira, chécala bien, está espectacular. ¡Vamos a seguirla“! Se prendieron focos rojos en mi cabeza, temí acabar detenidos o algo peor. La aventura terminó cuando la jovencita entró en una papelería y Fischer propuso: “Vamos a seguirla con el coche”. El tiempo que tardamos en subir al auto y quizá en parte por una lentitud estudiada, la muchacha había desaparecido cuando regresamos y suspiré aliviado. Debido a reacciones como estas puedo suponer que era un genio que nunca completó su desarrollo emocional.
Le gustaba venir a México, se presentaba en los conciertos de Rigo Tovar, del que era fanático y coleccionaba historietas. Un día le regalaron una radio y muy emocionado afirmaba que era impermeable. Mientras lo decía, buscaba con la mirada una fuente de agua, metió el aparato en el WC y jaló la cadena. Después tomó una toalla para secar la radio como si nada.
Aquí, en nuestro país, todo el mundo simpatizó con ese gran niño.